En la Segunda Guerra Mundial, Japón le apostó a un ataque fulminante para obligar a Estados Unidos a negociar la paz. Lo que nunca supo Tokio fue que su ofensiva a Pearl Harbor era una carnada para atraer a un pez gordo que nunca pudo atrapar. En la guerra de Ucrania se está evitando algo similar: Rusia ya se está preparando para un conflicto largo, algo que también le sirve mucho a China, pues no se le ven intenciones mediadoras y menos cuando ha rechazado condenar la invasión a Ucrania realizada por su aliado.
La reunión efectuada entre el alfil chino Wang Yi y el presidente Vladimir Putin a finales de febrero se dio en un momento en que EE.UU. recordó a Beijing que se abstenga de enviar armamento al Oso ruso para ser usado contra Ucrania. La petición tiene lugar en un momento en que Washington ha previsto que sus arsenales puedan disminuir considerablemente con el envío de armas a las tropas ucranianas.
El mundo de 1940 era diferente al del 2023, donde si bien las guerras tienen más apariencias de conflictos regionales, sus efectos en la economía mundial parecen no afectar mucho, pero el uso de material bélico es más intensivo. Sólo bastaría preguntarle a Putin cómo están sus almacenes de pertrechos a un año de la contienda.
Ninguno de los dos se ha apartado de la vía diplomática, pero tampoco de la opción bélica, aunque a diferencia de los videojuegos, aquí los bandos no tienen recursos ilimitados para atacar al enemigo. Esto trae dos interrogantes, se elevará el nivel de producción armamentista para cumplir con las expectativas de la guerra o tarde o temprano se sentarán a negociar una paz endeble o, tal vez un armisticio al estilo de la Guerra de Corea.
Al parecer, la guerra moderna tiene más dificultades que las clásicas. Durante la avanzada nazi hacia París, las huestes alemanas parecían tener urgencia en ocupar la capital francesa, aunque los sistemas de logística no pudieran asistirlos en tiempo real. Asimismo, la guerra actual ya no se hace afectando, o al menos no tanto, a la economía mundial. ¿Habremos llegado a una especie de conflagración consciente?
Rusia no sólo puede estar perdiendo un mercado para sus combustibles, sino para sus cultivos de trigo y otros cereales que, junto con Ucrania, son los principales abastecedores del mundo. Además, ya sabe que Occidente tampoco puede enviar armamento para reforzar a Kiev, pues en una guerra, no hay quién pague los pertrechos solicitados. Ambos están involucrados en una apuesta que a final de cuentas será perjudicial para los dos.
China, por el contrario, está en una posición más cómoda, no sólo se negó a condenar la invasión militar de su socio a Ucrania, sino que se atrevió a proponer una solución al conflicto, el cual pasa por dejar las cosas como están y someterse a un diálogo bilateral.
Por el lado ruso las cosas no pintan tan bien. Su economía está bajo presión por las sanciones impuestas por Estados Unidos y sus aliados, eso hace que no sea tan fácil iniciar una nueva carrera armamentista contra Washington.
Aunque Biden prometió estar del lado de Ucrania todo el tiempo que sea posible, eso sólo es hasta antes de las elecciones de noviembre de 2024. Después de eso, nada garantiza que Washington seguirá apoyando a Kiev lo que, más bien se prevé, es que la guerra tendrá una mayor durabilidad de lo que se pensaba y, hasta es probable que realmente se extienda hacia otros países occidentales, haciéndola más compleja de lo que se pensaba.
Recientemente, Moscú y Beijing se garantizaron una tener una amistad “sin límites”, algo que Estados Unidos consideró como la creación de un frente unido entre Moscú y Beijing. Washington reaccionó enviando armamento de alta tecnología a Ucrania, lo cual molestó a Beijing, que consideró la medida como una abierta provocación. ¿Quién los entiende? Pero así de complejas son las cuestiones de la guerra.
Foto portada: BBC