Cuando se inauguraron los Juegos Olímpicos de Pekín en 2008, nadie sabía con exactitud cuál sería el desempeño de China como potencia deportiva en su propia sede. Dos días después, el equipo olímpico asiático se había apoderado del medallero de manera arrolladora. Esto no fue ninguna casualidad, pues fue el efecto resultante de las políticas implantadas en la década de los ochentas, cuando el deporte se convirtió en un sector estratégico con el objetivo de escalar el ranking mundial y aumentar la cosecha de medallas de oro en todas las categorías posibles. Simplemente las autoridades centrales lo ordenaron y el pueblo obedeció, convencido de los logros por venir.
Si hacemos una retrospectiva del deporte chino, veremos que en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988, los orientales conquistaron cinco oros; en Barcelona 1992 llegaron a 16. Para Atenas 2004, las preseas auríferas aumentaron el doble sumando 32. ¡Ahora vean esto! En 2008, lograron su cometido de ser la superpotencia deportiva al conquistar 51 preseas de oro; 15 más que Estados Unidos y 27 más que Rusia. ¿Cuál podría ser el secreto de los chinos? Es sencillo, el gobierno comunista mide sus avances y la gloria de China en forma de medallas de oro. Podrán decir que es un estado autoritario, pero es uno al que también le interesa estar entre los mejores; esa forma de pensar ya es pieza clave de sus ciudadanos en muchas actividades, principalmente en el deporte olímpico.
A diferencia de Estados Unidos, la dirigencia comunista china no ve el deporte como un negocio o entretenimiento, sino como un factor de ambición nacional. Para China, el deporte está al servicio de la política y es una fuente de prestigio y respeto internacionales. Su modelo deportivo está basado en el sistema soviético, el cual busca fabricar campeones olímpicos e ídolos deportivos. Un caso al respecto es la del basquetbolista chino Yao Ming. Atenas 2004 fue un escaparate que le permitió llegar a las grandes ligas estadounidenses con un sueldo millonario, el cual por cuestiones de política deportiva nacional, tiene que compartir con su país para compensar la inversión efectuada en su preparación. En la misma situación se encuentra el vallista Liu Xiang, otro héroe chino que según la revista Forbes ganó casi 8 millones de dólares (5,3 millones de euros) en premios deportivos e ingresos por publicidad. De esta suma, él tendría que repartir entre dos tercios y la mitad de esa cantidad entre su agente, la Federación china de Atletismo y el engranaje deportivo de Shanghai, su ciudad natal.
Sólo para que lo sepan, el Ministerio de Deportes chino asignó en 2020, más mil 400 millones de yuanes (cerca de 342 millones de dólares) en fondos para subsidiar la construcción de campos y centros deportivos en 24 regiones provinciales y 15 ciudades claves. Esto no es nuevo, es un presupuesto que se viene incrementando desde 2016 y hasta ahora, el país ha canalizado un total de 9.400 millones de yuanes (Un billón 400 mil millones de dólares) en un esfuerzo por reforzar su industria de deportes públicos en la última década, de acuerdo con la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma. Las autoridades chinas no consideran estas cifras como un gasto sino como inversión para impulsar la confianza del público en el mercado deportivo y para atender la demanda de salud del pueblo luego de la epidemia.
Pero incluso el deporte en China tiene una doble visión, como sucede con Cuba, respecto a la promoción de la cultura física. En el gigante asiático, el deporte es una práctica fundamental de su población desde hace más de 4.000 años, es decir, ¡forma parte de su vida! Desde 1995, el gobierno mantiene como iniciativa nacional la práctica de las actividades físicas, y respalda el funcionamiento de 620.000 gimnasios, estadios y piscinas. Además de un éxito olímpico esto ha repercutido ni más ni menos en el aumento de vida en 3,25 años de su población. Ahora Beijing ha puesto la mira en albergar el Mundial de Futbol 2035 y espera desarrollar talento entre su población en tan sólo cinco años- De hecho, desde hace un año, el Ministerio de Deportes decretó el balonpié como una asignatura obligatoria en todas las escuelas del país.
El gigante asiático llevó 388 atletas a París 2024, los cuales compitieron en 30 deportes, 42 disciplinas y 236 eventos en la durante dos semanas. El costo de formación de cada uno de ellos se calcula entre $50,000 y $150,000 dólares, lo que significó 38 mil 800 millones de billetes verdes para el mantenimiento de la actual delegación olímpica.
Al cierre de esta edición, la República Popular de China tenía un total de 84 medallas, de las cuales 34 son de oro, 27 de plata y 23 de bronce, superando a Estados Unidos, que se encontraba en el segundo lugar con una presea aurea menos. Con ello, Beijing demuestra que las políticas públicas deportivas tienen sabor a oro.
Con información de Siempre!, Cuba Debate, Mediotiempo, Palco 23 y Xinhuanet